EL MATAERO COMO TRADICION EN SIERRA AÑOS 70
Aproximándose las fechas del mataero popular de Sierra, vienen a mi mente muchos recuerdos y vivencias de mi niñez junto a mi familia y vecinos en Sierra, aun conservo fotografías que me transportan a mi pasado, viendo estas imágenes, me emociono al darme cuenta de lo importante que fue esta tradición en aquellos tiempos tan difíciles, y me entristece ver que se ha perdido.
Corrían los años 70, cuando recién pasadas las fiestas de diciembre, Sierra olía a matanza, recuerdo que no había tres casas en las que no se realizara la matanza, tan necesaria para llenar la despensa.
Queda grabada en mi memoria una imagen, la de mi familia, sentados al rededor de la sartén con porrón en mano, mojando con cortezas de pan el ajo de mataero, contando chistes al calor de la lumbre.
La matazón conllevaba trabajo y una preparación muy organizada, íbamos a por greda a la Raja para fregar los artes, el esparto era el estropajo, nos mandaban a los chiquillos al Castellar a por bojas para chus-marrar al gorrino, y a los Reciales a por hinojo para el culo de la caldera al cocer la cebolla, disfrutábamos jugando a las espadas con los juncos que se utilizaban para pelar las tripas, dando guerra a mi madre cuando iba al lavadero de la Raja, cargada con la lebrilla a lavarlas con su mandil de cuadros y esa eterna sonrisa.
El día grande en mi casa, el de la matanza, cuando se recibía al matachín con mantecados y anís del Mono, esperando bajo la cama el momento de que el guarín de la familia podía comerse el rabo del gorrino. Mi tía era siempre la encargada de recoger la sangre, y darle vueltas en la lebrilla.
Habia unión, Sierra como ahora, siempre tuvo esa armonía, recuerdo las bromas a la nuera de turno con el mondongo y las collejas de la abuela al pillarme comiendo dulces a escondidas.
Los perniles, gran tesoro que se salaba en el atroz, los brazuelos, tocinos y magras para los chorizos, la vecina era la encargada del punto de especia, aun puedo saborear las catas, la morcilla recién salida de la caldera, “que buena me estaba”que se hacían con la sangre, cebolla cocida y las mantecas.
El blanco y la butifarra, con la cabeza, los espinazos y huesos, suplían muchos almuerzos en el tajo.
El salchichón, lo veías colgado en la caña, ansiando que se secara para meterle mano. El lomo y las costillas, que se adobaban y freían, luego mi abuela lo metía en las orzas, lo tapaba con un plato de porcelana y mi abuelo lo sellaba con yeso, eso era técnica, y lo demás tontería.
Eran días de mucho trajín en mi casa, sencilla pero para mi, la mejor del mundo, porque esta en Sierra.
Recuerdo el arroz con costillas, el cocido en la noche, las patatas al montón con huevos de las gallinas de la vecina, la ensalada de col , que siempre daba pie a las bromas de los hombres. El gorrino, lo criábamos en la gorrinera de atrás. Cuantos recuerdos en Sierra, hoy no vivo allí, y me siento muy orgulloso de que gracias a la asociación de vecinos podamos revivir esta tradición, porque los que somos serranos y tuvimos que marchar, volvemos hoy, gracias a este gran esfuerzo común, que nos hace pararnos y recordar lo importante de nuestras raíces serranas.